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jueves, noviembre 15, 2007

La tristeza de Estambul









Lo prometido es deuda, así que tal como os prometí en la tertulia del pasado jueves cuando hablábamos de la continua referencia de Orhan Pamuk a la tristeza de los turcos, os transcribo la frase que Homero pone en boca de Helena en tiempos de la Iliada:


"La tristeza es nuestro destino, Héctor, es por eso que nuestras vidas serán cantadas para siempre por todos los hombres que vendrán".


Según Pamuk, la tristeza Estambulí es parte del paisaje de la ciudad, de sus casas, de sus gentes que la acogen en una fatal contemplación de la que no desean desprenderse.

De esta tristeza o amargura se nutre la poesía y la música del pueblo turco, alcanzando un prestigio cultural que da sentido al decadente esplendor desde el que contemplan aquello que nunca podrán alcanzar (Este profundo sentimieno de insuficiencia y pérdida se origina según Pamuk en el Islam, que enseña a amar a Dios por sobre todas las cosas, con la certeza de que será lo único que no podrán lograr jamás con plenitud).

“Hablo de los padres que regresan a casa con una bolsa en la mano bajo la luz de las farolas suburbiales en noches que caen demasiado pronto;

de los niños que juegan al fútbol entre los coches en estrechas calles adoquinadas;

de las mujeres de cabeza cubierta que llevan bolsas de plástico y que en remotas paradas esperan sin hablar entre ellas un autobús que nunca llega,

de los proxenetas que las noches de verano patean pacientemente las aceras con la esperanza de encontrarse algún turista borracho en la mayor plaza de la ciudad;

de las multitudes que corren a toda prisa para no perder el trasbordador las tardes de invierno; de las mujeres que por las noches esperan a sus maridos que no acaban de llegar, y que entreabren las cortinas para echar un vistazo a la calle;

de las entradas de decenas de miles de bloques de pisos todas iguales”.

lunes, noviembre 12, 2007

Andrés Eloy Blanco Poema

Ésta es la poesía que se leyó y nos conmovió en la última tertulia. Besos. Adela

LOS HIJOS INFINITOS
Andrés Eloy Blanco

Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,
se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga
y al del coche que empuja la institutriz inglesa
y al niño gringo que carga la criolla
y al niño blanco que carga la negra
y al niño indio que carga la india
y al niño negro que carga la tierra.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños
que la calle se llena
y la plaza y el puente
y el mercado y la iglesia
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y el coche lo atropella
y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no sabemos
si lo nuestro es el grito o es el niño,
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos
si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra.

Cuando se tiene un hijo, es nuestro el niño
que acompaña a la ciega
y las Meninas y la misma enana
y el Príncipe de Francia y su Princesa
y el que tiene San Antonio en los brazos
y el que tiene la Coromoto en las piernas.
Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,
todo llanto nos crispa, venga de donde venga.
Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera.
Y cuando se tienen dos hijos
se tienen todos los hijos de la tierra,
los millones de hijos con que las tierras lloran,
con que las madres ríen, con que los mundos sueñan,
los que Paul Fort quería con las manos unidas
para que el mundo fuera la canción de una rueda,
los que el Hombre de Estado, que tiene un lindo niño,
quiere con Dios adentro y las tripas afuera,
los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima
entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra,
porque basta para que salga toda la luz de un niño
una rendija china o una mirada japonesa.

Cuando se tienen dos hijos
se tiene todo el miedo del planeta,
todo el miedo a los hombres luminosos
que quieren asesinar la luz y arriar las velas
y ensangrentar las pelotas de goma
y zambullir en llanto ferrocarriles de cuerda.
Cuando se tienen dos hijos
se tiene la alegría y el ¡ay! del mundo en dos cabezas,
toda la angustia y toda la esperanza,
la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega,
si el modo de llorar del universo
el modo de alumbrar de las estrellas.

viernes, noviembre 09, 2007

Luz Pichel -Poemas-



Luz Pichel (Alén, Pontevedra, 1947), profesora de Lengua Castellana y Literatura en el Instituto
“Ágora” de Alcobendas, ha tenido la generosidad de regalarnos este inédito (gracias a Nieves Blanco)
de su Bestiario de Alén, en el que lleva más de un año trabajando. Su obra ha obtenido el enorme reconocimiento
que supone el Premio Hispanoamericano de Poesía ‘Juan Ramón Jiménez’ 2004 (vigésimocuarta
edición) por su libro La marca de los potros editado por la Diputación de Huelva. Anteriormente
fue galardonada con el Premio de Poesía de Ciudad de La Palma con la obra El pájaro mudo (1990). En
El pájaro mudo y otros poemas (Universidad Popular José Hierro de San Sebastián de los Reyes, 2004), se
recoge, además de la reedición de su primer libro, el resto de su obra (Ángulo de la Niebla, Las cartas de
la mujer insomne y Hablo con quien quiero).


Coso el botón
Luz Pichel

Coso el botón
con el hilo que arranco
del duelo,
con el hilo de sal del susto
en tus ojos
con la seda del grito
en la herida.
Trenzo mi abrazo con el hilo de luz de tu pelo,
con la cuerda que tira de la cometa hacia la nube,
del pájaro a su canto
de la paloma al centro de la sala de baile
del pedazo de pan al corazón de la paloma.
¡Ese tango, mi amor!
la espalda erguida, erguida,
por encima del miedo.

La mariquita
Este lento caer
el sol,
pasar la tarde,
andarse recorriendo ella mi piel
limpiando de pulgón la cepa enferma,
cruzar parsimoniosa el puente de los surcos,
de una mano a otra mano
olfateando sarmientos...
Yo las uno y le pido
dame tu don, arréglame la vida,
vete a la mecedora de mi madre
y pósate en la blanca sopera de su vientre,
en las manos de palo de su artritis,
en las dos cucharillas de sus ojos.
Me decían atrápala ahora mismo, no se escape,
que tengo aquí la caja preparada.
Pero yo tardo mucho.
Tardaré mucho, mucho, en recrear
el calor de tus ojos,
la sombra
de la parra de tu pecho. Duraría
una vida repetir aquel irse
cayendo
una mañana,
buenamente,
tus gafas en la tela
interior
de mi bolsillo.
Yo no quiero atrapar la mariquita, perder
su lento andar, mi lento
contemplarla, verla
cómo reposa su viaje hasta hoy
desde los siete granos de la niña, verla
dudar, sobre la raya de la suerte.
Dame tu don -le digo-, sanéame el establo
de mi vaca,
echa un vistazo al secarral del mundo, ¡por dios!,
y luego vete.
Y escala la verruga,
se hunde
en una herida,
en una poza,
sube
y antes de abrirse
al aire
-el estómago a tope de pulgonespara
darse un respiro en el frescor de tus viñedos,
los siete puntos de sus breves alas
uno a uno se caen
en la corteza dura de mi mano

La casa del Membrillo Mayo 2005- Núm. 4

Poética

Quere poñer a galiña e non dá posto.


Todo o día no niño para poñer un ovo,

todo o ano, pero non pon.

Á unha da tarde mira a ver que hai

e ve unha pouca palla.

Ás cinco mira outra vez e ve unha pedra,

pequena e lisiña,

moi feituqueira pero non é ovo.

O ovo sigue alí,

escachándolle o cranio á galiña,

pero non pon.
¿Facemos caldo?


Poética


Quiere poner la gallina pero no puede.

No es ponedora.

Se pasó todo el día en el nido para poner un huevo

pero no hizo nada.

A la una de la tarde miró, a ver qué había,

y vio un poco de paja.

A las cinco miró de nuevo

y vio una piedra pequeña, muy lisa,

muy bien hechita, pero no era huevo.

El huevo sigue allí,

estrellándole el cráneo a la gallina.

¿Hacemos caldo?



NO ACIERTA LA GALLINA CON SU

NIDO


Pondrá su huevo en el estiércol y nada
nada se podrá hacer por llevarla al camino del nido.
En un rincón se hace su cama oscura,
lejos del mundo, del maíz y del agua,
ajena a las normas que olvidó hace años.
Es tan vieja que casi no es gallina ya.
Pone huevos sin cáscara,
gigantes,
huevos de triple yema que rompe y sorbe
con ese extraño sentido práctico pero enfermo
que a veces acompaña a la locura.
Me mira lateral y aturdida
desde el centro de un ojo amarillo solamente
se tambalea
y desprecia mi mano, el heno,
el calcio y la palabra en la pluma.
Desmemoriarse,
acabar desvariándose bien,
morirse de una vez. Eso ha dicho que quiere.
Dile algo, vaca